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En 1966 el Valencia CF incorporó varios jugadores al primer equipo que con el paso de los años adquirirían peso específico y calarían en el imaginario colectivo del valencianismo. Del equipo juvenil subieron dos chicos con un futuro alentador, sus nombres: Juan Cruz Sol y Pep Claramunt. Para el ataque que había triunfado en Europa y que llevaba el sello de Waldo (estrella indiscutible) y de Guillot, a partir de abril del 1966 habría que añadir otro nombre, el de Fernando Ansola, que llegaba procedente del Real Betis para enfundarse la camiseta con el escudo del murciélago. El delantero dejaría huella en Mestalla por la vía rápida y para ello aprovechó la Copa, competición en la que comenzó a brillar, no solo por sus goles, sino también por su fortaleza, que le hacía parecer indestructible ante cualquier embestida. Rematador clásico y especialista cabeceador, al ‘9’, que tal día como hoy hace 54 años jugaba su primer partido con el Valencia CF, la definición de ariete le ajustaba como un guante.
Ansola jugó su primer partido oficial con la camiseta del Valencia CF en la ida de la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Copa contra la UP Langreo y su primer gol no se hizo esperar. Llegó solo unos días más tarde, ante el mismo rival, en el partido de vuelta de la eliminatoria disputado en Mestalla. El presidente Julio de Miguel y el resto de dirigentes del Valencia CF habían visto en él el complemento ideal para Waldo… Y acertaron de pleno con su fichaje. Empastaron desde el principio, los dos atacantes se entendían y se hacían mejores el uno al otro sobre el terreno de juego. En su primera temporada juntos, de hecho, marcaron la friolera de 52 goles y en aquella campaña 1966-67 el brasileño terminó de romper el molde, consagrándose como fenómeno con unos registros que lo auparon ya a la altura de los grandes goleadores del club a lo largo de su historia.
Las cinco temporadas que Ansola vivió en Mestalla concentran probablemente el mejor pasaje de su carrera deportiva. En su primera temporada como valencianista fue campeón de Copa (se perdió la final por lesión) y jugó dos finales más de la competición (1970 y 1971), ambas resueltas con derrota para el conjunto valencianista. Su bagaje, sin embargo, va mucho más allá de los títulos conseguidos y es que Ansola logró trascender como un delantero rompedor, icónico, hasta abandonar la disciplina valencianista en 1971. Nueve años después de su retirada, a los 46, aquel fortachón delantero guipuzcoano nos dejaba de forma prematura, pero el recuerdo de sus goles y su leyenda (los cronistas de la época destacaban que cuando Ansola chocaba con un poste, en lugar de salir la Cruz Roja para atenderle era mejor que salieran antes los carpinteros para arreglar la portería) perdurarán para siempre.
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